¿Qué necesitamos saber sobre pornografía para acompañar a nuestros hijos?
Una sociedad acelerada
Vivimos en una sociedad en la que niños/as y adolescentes están cada vez más expuestos a contenidos que aceleran su despertar sexual. Series, películas, redes sociales y especialmente ciertas letras de canciones de reggaetón presentan relaciones con una fuerte carga sexual, que transmiten una imagen de la persona, especialmente de la mujer, como objeto, de un modo que podríamos categorizar casi como deshumanizante. Esta exposición por parte de los menores contribuye a una hipersexualización precoz, donde se naturaliza el deseo como algo desligado del amor, el respeto y la intimidad verdadera.
En relación con lo anterior, uno de los grandes desafíos actuales es el acceso temprano a la pornografía, que presenta una imagen distorsionada y violenta de la sexualidad. Hoy, con un celular en la mano, cualquier chico o chica puede acceder a imágenes o videos profundamente perturbadores, incluso sin buscarlos. Todo lo que se ve allí es mentira: los cuerpos, los tiempos, las actitudes, los roles.
La pornografía no solo muestra una versión irreal de la sexualidad, sino que, al repetirse, afecta directamente el funcionamiento del cerebro. Numerosos estudios han demostrado que el consumo frecuente de pornografía genera cambios y distorsiones en diversas áreas del cerebro. En este sentido, lejos de enseñar sobre placer compartido o respeto mutuo, muchas veces refuerza estereotipos degradantes, especialmente hacia la mujer, y fomenta expectativas irreales.
¿Cómo prevenir el consumo de pornografía y la distorsión del amor y la sexualidad?
- Ofreciendo modelos de amor verdadero, maduro y saludable, donde se entienda que amar no es solo sentir, sino también elegir y comprometerse. Estos modelos se transmiten en los vínculos propios que podemos dar desde la paternidad o la maternidad, pero también fomentando buenas lecturas, buenas películas, historias que ayuden a fomentar la capacidad de pensar, de elegir, de discernir y de ver la belleza de la sexualidad.
- Ayudando a los adolescentes a quererse para poder amar. Suele suceder que a esta edad los estudiantes sufren cambios de percepción respecto de su corporalidad, lo que se traduce en baja autoestima, falta de autovaloración y de amor propio. Sin autoestima, sin valoración personal, es difícil establecer vínculos sanos.
- Hablando con ellos desde pequeños: sobre los cambios corporales, la atracción sexual, los impulsos, la imagen corporal, el consentimiento y el respeto. Esto, con naturalidad, de manera que vaya haciéndose parte del diálogo cotidiano. Si bien al principio puede resultar incómodo o complejo, es algo que podemos ir ejercitando.
- Cuestionando críticamente las letras de canciones que escuchan, invitándolos a reflexionar sobre lo que esas letras comunican, cómo representan a las personas, y qué valores transmiten sobre las relaciones.
Habilitar espacios de diálogo, proponer ver películas junto a nuestros hijos, fomentar el hábito de la lectura, especialmente de clásicos y grandes obras: todas son herramientas útiles para prevenir el consumo de pornografía.
El lugar de los vínculos
En este contexto, es fundamental revalorizar el rol de la amistad como base del amor. Tener buenos amigos, con vínculos saludables, permite experimentar relaciones significativas que enseñan a respetar, compartir y confiar. La amistad enseña a querer bien, sin exigencias ni presiones. Es, muchas veces, el primer espacio donde se aprende a amar.
Frente a esta realidad compleja, la familia y los docentes ocupan un rol irremplazable.
Por un lado, el rol del docente cobra una importancia clave para detectar signos de alerta. Tantas veces es este quien se da cuenta de lo que pasa en la vida de un niño o adolescente: cambios de ánimo, retraimiento, sexualización precoz, dificultad para vincularse. El docente puede contener, orientar, abrir espacios de diálogo y, sobre todo, puede ofrecer un modelo alternativo: alguien que se relaciona con los demás desde el respeto, que cuida, que pone límites claros con afecto.
Por otro lado, la familia es el ámbito en que se construye la primera imagen del amor, el respeto, los límites y la contención. Es en casa donde se debe comenzar a hablar de afectos, del cuerpo, de los cambios de la adolescencia, del consentimiento, del respeto por uno mismo y por los demás. Cuando estas conversaciones se postergan o se evitan, los adolescentes buscan respuestas en internet, en sus pares o en los productos culturales, donde muchas veces lo que se muestra es confuso, agresivo o directamente dañino.
Educar en el amor no es una tarea sencilla, pero es urgente. En tiempos de mensajes confusos y sobreestímulos, acompañar, contener y dialogar es más necesario que nunca.
*Texto elaborado a partir de la conversación entre Blanca Elía y Ricardo Cravero