¿Cómo acompañar a niños y adolescentes a reconocer y regular sus emociones?


Reconocer y regular emociones son partes de un proceso de gestión emocional que se desarrolla durante toda la vida. En este artículo, presentaremos estrategias para lograr estos objetivos; además abordaremos el rol de los adultos como modelo emocional para los niños y adolescentes y el impacto de las pantallas en el desarrollo emocional.


Reconocer lo que sentimos


Hablar de emociones implica, en primer lugar, definir qué son. Las emociones son reacciones instantáneas psicofísicas. Así, es incorrecto clasificarlas como “buenas” o “malas”. Todas transmiten un mensaje y tienen una función adaptativa. Conocerlas, nombrarlas y comprenderlas es el primer paso para aprender a gestionarlas.


¿De qué sirve el miedo? Si no existiera, y nos encontráramos frente a un león, no reaccionaríamos. Las emociones tienen una función adaptativa: nos preparan para responder ante determinadas situaciones.

Podríamos clasificar las emociones en básicas o primarias, que son las que nos ayudan a responder y reaccionar de una u otra manera, como el miedo, enojo o la alegría; y en complejas o secundarias, que se producen en función de nuestras experiencias y aprendizajes sociales, como los celos, la vergüenza o el orgullo.


Nombrar la emoción, legitimar lo que se siente (“Entiendo que estés enojado”) no significa justificar cualquier acción, sino permitir que, una vez reconocido ese sentir, podamos reflexionar sobre él (“¿Qué hacemos con ese enojo?”). Solo después de ese paso podemos responder de manera más adecuada. Es un trabajo cotidiano, constante, que no se aprende solo en la escuela. Es una tarea para toda la vida.


Padres, madres, docentes, tutores y adultos responsables somos espejos en los que los niños, niñas y adolescentes se miran. Aprenden más de lo que observan que de las palabras. Por eso, es importante que podamos desarrollar también nuestra propia capacidad de regulación emocional.


Educarnos en la gestión emocional es una tarea para toda la vida.


Estrategias de gestión emocional


En Desafíos, una de las estrategias que se menciona en varias ocasiones es la técnica del semáforo "Paro, pienso, actúo". Se trata de una herramienta concreta para enseñarles a los niños a gestionar sus emociones y así desarrollar una mayor inteligencia emocional.


  • Parar: cuando la emoción es muy intensa, lo primero es detenerse. ¿Cómo lograr que una persona que está “desbordada” por su emoción pueda tener un momento para detenerse? Respirar, salir un momento de la situación, dar un tiempo para lograr la calma.
  • Pensar: ¿Qué pasó? ¿Qué siento? ¿Qué necesito? ¿Qué me molestó realmente?
  • Actuar: después de haber pensado, decidir cómo responder de manera más adecuada.


Este proceso no es automático. Requiere práctica, paciencia y acompañamiento.


 



En el caso de los adolescentes, las emociones se vuelven intensas y pueden interferir especialmente en la imagen corporal que tienen sobre sí mismos o sobre las situaciones. Por eso, es habitual que la emoción del momento (enojo, tristeza, euforia) nuble la interpretación de los hechos. ¿De qué forma podemos enseñar a los adolescentes a ver realmente lo que está sucediendo? 


Muchas veces, frente a una emoción intensa, se reacciona de forma impulsiva, sin tener en cuenta al otro. En este contexto, enseñar comunicación asertiva es fundamental. Significa aprender a expresar lo que sentimos de forma clara, respetuosa y efectiva. Para eso, necesitamos detenernos, registrar lo que estamos sintiendo y comunicarlo sin dañar al otro ni negar nuestra emoción.



Emociones y pantallas


Las pantallas forman parte de nuestra vida cotidiana y tienen aspectos positivos, pero también desafíos importantes en relación con las emociones. En las familias vemos cómo cada vez más se dificulta el diálogo sin pantallas como mediadoras. El impacto negativo de las pantallas se da en todas las edades.


En la primera infancia, el uso de pantallas tiene un impacto profundo. Antes de los dos años, no se recomienda el uso de dispositivos electrónicos. El cerebro está en pleno desarrollo, y necesita estímulos reales, vínculos, interacción, movimiento. Las pantallas pueden funcionar como un "chupete electrónico", una forma de calmar o entretener rápidamente. Sin embargo, el uso excesivo afecta el desarrollo del lenguaje, la atención, la imaginación y la capacidad de autorregulación. Un niño que mira videos de forma pasiva no ejercita su creatividad ni aprende a tolerar la frustración o el aburrimiento.


En cambio, con un juguete, necesita inventar, crear, compartir. Se da mayor lugar a la imaginación, a la proactividad, a la iniciativa. Todo esto es clave en el desarrollo emocional.


Para muchas personas —especialmente en la adolescencia— las pantallas pueden funcionar como un medio de evasión emocional: ante emociones como el enojo, la ira, la tristeza, es más placentero mirar un reel que atender a las manifestaciones de cada emoción en el cuerpo o darle tiempo al procesamiento de lo que nos pasa interiormente.


Además, en redes sociales, los adolescentes no solo consumen contenido: también se comparan, se exponen y generan una imagen que muchas veces no coincide con lo que ellos son. Esto impacta en su autoestima, su identidad y su capacidad de conectar con el aquí y ahora.


Un punto y aparte merece la ansiedad que generan las pantallas. Un fenómeno vinculado a esto es el FOMO (Fear of Missing Out), el miedo a quedarse afuera, a no ser parte. Frente a esto, aparece el JOMO (Joy of Missing Out): aprender a disfrutar del presente, de la compañía que tenemos, sin necesidad de estar conectados todo el tiempo.


En este camino, los adultos debemos acompañar con reglas claras, que nos incluyan a todos. Por ejemplo: si en las comidas no se usa el celular, esta pauta debe aplicarse también a los adultos. Las normas compartidas generan coherencia y confianza.


Educar en las emociones no significa reprimirlas ni evitar su aparición, sino reconocerlas, regularlas y optar por un modo de respuesta asertivo, adecuado a cada circunstancia. Y en ese camino, cada adulto tiene un rol fundamental: ayudar a mirar, a pensar y a actuar de manera más consciente y empática.