El valor del vínculo en la crianza

En la primera infancia se gestan los vínculos primarios, que son configurantes. Esto significa que su impacto es tan profundo que influye directamente en el desarrollo personal: pueden dar lugar a salud emocional, fortaleza y estabilidad afectiva, o, por el contrario, generar vulnerabilidad.

En esta etapa también comienza a construirse la confianza y la seguridad. El tipo de apego que logren establecer madre, padre o cuidadores será la base sobre la cual el niño crezca y adquiera —o no— la capacidad de confiar en sí mismo y en los demás.

Quienes crían aportan aciertos y carencias, soluciones y errores. Esa mezcla real, vivida con presencia y amor, es lo que nutre la relación y ofrece al niño un espacio genuino para crecer.

Adolescencia: un momento desafiante

En la búsqueda de identidad, los adolescentes ponen en tensión los vínculos primarios, especialmente con madres y padres. Necesitan diferenciarse, tomar distancia y acercarse a sus pares. Esto no significa que no necesiten a los adultos: al contrario, requieren cercanía, escucha, validación y modelos claros. Probablemente requiera de los adultos un esfuerzo por repensar la forma de vincularse con los hijos. 

Los cambios que se dan en la adolescencia también impactan en la autovinculación: la forma en que los jóvenes se relacionan consigo mismos. La inseguridad, la comparación y las dudas los atraviesan con fuerza esta etapa.


El lugar de la comunicación

Para acompañar a un adolescente es clave desarrollar habilidades de comunicación:

  • Escucha activa: mirar a los ojos, no interrumpir, mostrar interés genuino.
  • Empatía: comprender de verdad la perspectiva del otro.
  • Mensajes en primera persona: en lugar de “Tú me haces…”, decir “Yo siento…”.
  • Parafrasear: repetir con otras palabras para verificar comprensión.
  • Apertura al diálogo: generar confianza para que se anime a hablar.
  • Disco rayado: repetir el mensaje de manera calmada y firme, sin caer en agresividad ni sumisión.


Recordemos que la comunicación asertiva no se enseña tanto con las palabras, sino con el ejemplo.


El adulto como puerto seguro

El cerebro adolescente está programado para tomar distancia crítica de los adultos. Este proceso es sano: les permite alcanzar la independencia. Sin embargo, necesitan que los adultos sean un puerto seguro al cual volver.

  • El rol adulto requiere madurez y equilibrio:
  • Infundir seguridad y confianza.
  • Ser figuras disponibles y empáticas.
  • Detectar las necesidades del otro.
  • Manejar el propio estrés para transmitir calma.


Lograr estos items requiere de un trabajo constante sobre uno mismo, de un continuo esfuerzo por preguntarnos: ¿infundo seguridad y confianza?, ¿soy una figura disponible?, ¿soy empático: escucho con los ojos, oídos y corazón?, ¿me doy cuenta de las necesidades del otro?, ¿tengo presencia continua?, ¿cómo manejo las situaciones de tensión y de estrés?


Se trata de un camino permanente y necesario. La seguridad que transmitimos fortalece la autoestima de niños y adolescentes.


Habilidades para gestionar conflictos

Los conflictos son parte de la vida y, lejos de ser un obstáculo, pueden transformarse en oportunidades de crecimiento. Resolverlos nos hace competentes: implica poner en marcha acciones responsables para buscar soluciones. Para esto, son necesarias habilidades intrapersonales e interpersonales.


Habilidades intrapersonales:

  • Autoconocimiento y autoconciencia.
  • Autorregulación personal.
  • Autonomía.
  • Autoestima equilibrada.


Habilidades interpersonales:

  • Apertura y disposición para compartir la vida con otros.
  • Empatía.
  • Habilidades sociales para convivir en comunidad.

 “Es importante siempre despegar la persona del acto: el error no hace a la persona, ni tiene que dañar el vínculo”.


Validación y límites


Validar a los hijos significa reconocer y comprender lo que sienten: “Yo también me quedaría en casa un día de lluvia, pero entiendo que hoy hay clases”. Sin embargo, la validación debe combinarse con límites claros. La ternura y la empatía no se contradicen con el “no”: los niños y adolescentes necesitan que les marquen lo que está permitido y lo que no, con respeto y firmeza.

Probablemente, no veremos los frutos de esa combinación de validación y límites en el momento, sino a largo plazo, cuando ellos sean adultos plenos.


El desafío de las pantallas

Las pantallas ofrecen un espacio de conexión, pero también un terreno riesgoso:

  • Fomentan la comparación constante.
  • Alimentan pensamientos catastróficos.
  • Facilitan el anonimato y la desinhibición, invitando a hacer o decir lo que cara a cara no.

Como adultos, es fundamental acompañar y supervisar este “recreo virtual”, para que no sustituya los vínculos reales.

El desafío de crecer

Acompañar a niños y adolescentes en el camino de crecer es un gran desafío. No se trata de evitar conflictos ni de imponer control, sino de construir vínculos sanos, seguros y empáticos.


El adulto que logra escucharse a sí mismo, regular sus emociones y transmitir seguridad, se convierte en ese puerto seguro que inspira confianza, fortalece la autonomía y prepara a los jóvenes para la vida en sociedad.